DECIMA PARTE:
EL AMOR DE DIOS DERRAMADO
Romanos 5:5-8 “…el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado. 6 Porque Cristo, cuando aún éramos
débiles, a su tiempo murió por los impíos. 7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo;
con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. 8 Mas Dios muestra su amor para
con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
De
las 116 veces que la palabra amor aparece en el N.T. 75 veces pertenecen al
Apóstol Pablo. Es él quien enfatiza el valor del amor como motivación para el
creyente. El derramamiento del amor se efectúa mediante el Espíritu Santo y se
trata de un acto creativo que enciende el amor en nosotros. Leemos en el texto
que este amor se derrama, o sea fluye, inunda nuestros corazones
y continuará haciéndolo para traer seguridad
y regocijo constante.
Este
amor fue derramado por el Espíritu que nos fue “dado” y no se trata
de una conquista del hombre, sino de una provisión e iniciativa divina. El
Espíritu Santo ya no está fuera de nosotros, habita ahora para siempre en
nuestros corazones. El amor de Dios se puede derramar en nuestros corazones
porque se derramó primero en el Calvario y se manifiesta por la muerte de
Cristo.
Nuestra
salvación no fue una cuestión de Dios darnos ejemplo, sino de llevar Él nuestra
culpa en la cruz del Calvario. Es por eso que el amor está
tan ligado al sufrimiento, porque Cristo sufrió el
martirio la cruz y el dolor que nos correspondía a nosotros y todo lo hizo por
AMOR. Su muerte fue una muerte redentora necesaria para el cumplimiento de las
promesas de salvación.
También
hay que entender que Cristo no murió por la gente buena sino por el pecador,
los débiles y los enemigos de Dios. Éramos hombres débiles, muertos, pero esto
ha sido cambiado porque Cristo puso su vida por nosotros en la Cruz del
Calvario. Esa muerte de Jesucristo nos muestra que Dios nos ama. Entonces, ¿De qué
está hablando Pablo? que la manifestación suprema del Amor es Jesucristo mismo.
Éramos
enemigos, impíos, pero Dios, en la reconciliación, lo ha cambiado todo, porque reconciliar
= significa, cambiar completamente. En lugar de mostrar su ira, la descargó
sobre Cristo en la cruz y de esa forma hemos sido reconciliados por amor. Este
es el amor de Dios, un amor que rescata, que salva,
que guarda. Este es el amor que ha sido derramado por el Espíritu
en nuestros corazones.
A
través de este amor, Dios nos hace participes de la naturaleza divina. No
estamos hablando de un amor humano sino de un amor divino que tiene como
propósito transformar la vida del hombre. El amor de Dios comienza resolviendo
el gran problema del pecado. Hay una relación directa
entre el amor de Dios y el pecado. Es que el amor de Dios está asociado con el
perdón del pecado.
Entonces
la posición del hombre ante Dios ha cambiado, eran enemigos, ahora han sido
reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo (Romanos 5:10). Su posición
espiritual ha cambiado porque “hemos
sido trasladados de las tinieblas a Su luz admirable.” I Pedro 2:9 Este
amor se derrama en el corazón para que el hombre reaccione. El amor de Dios
tiene que desplazar el ego del hombre para entronizar a Cristo en el corazón.
Entronizar
a Cristo implica que buscaremos conocer su voluntad en toda circunstancia y en
toda crisis. ¿Por qué esto es importante? Porque cuando cedemos, cuando
renunciamos a nuestra voluntad, no la perdemos, la enriquecemos, ya que nadie
tiene para tu vida un plan mejor que el de Dios. Es un plan Divino, que no le
abandonará y le conducirá a nuevas
áreas de devoción y servicio. El te quiere dar nuevos motivos de oración,
nuevas metas espirituales, abrir nuevas puertas. El poder de Dios no puede
actuar cuando es impedido por la carnalidad y la mundanalidad. Romanos 8:39 “Nada ni nadie
nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Lo
primero que tenemos que saber es que el mundo es un sistema que opera
influenciado por Satanás y está diseñado para llamarnos la atención, para
atraernos, para seducirnos con el vestido atractivo de la fama, el poder y el
placer. Es un sistema que ha ignorado a Dios y olvidado sus mandamientos. El
pecado ejerce una poderosa influencia en la naturaleza del hombre y por eso el
apóstol Juan concluye que: “El mundo está bajo (el
control) del maligno” 1ª Juan 5:19.
Los cristianos no debemos dejarnos guiar por
la influencia de las cosas del mundo ya que la mundanalidad es cualquier
cosa que haga que el pecado parezca atractivo y que la justicia de Dios parezca
una tontería. Somos mundanos siempre que vivimos, amamos y tomamos
decisiones igual que la gente que no ama a Dios.
Las palabras del apóstol son categóricas. Su
consejo no es “no améis demasiado al mundo”, sino “no améis nada del mundo”. Para dar relevancia a sus palabras,
agrega “Ni las cosas que están en el mundo”. Las
cosas del mundo son generalmente la trampa que atrae y seduce a los hijos de
Dios.
Pablo dice, acerca del diablo y sus métodos
engañosos para estorbar al cristiano: “pues no ignoramos sus maquinaciones” 2ª
Corintios 2:11. Es
fácil permitir que el mundo nos intoxique y perturbe nuestra mente. Pero
debemos resistir la influencia que ejerce sobre nosotros. Por otro lado, no
significa que los cristianos han de ser apáticos y antisociales. Mientras
estamos en el mundo, estamos bajo la obligación y necesidad de hacer vida
normal con los demás, pero no debemos olvidar que los valores y ambiciones del
cristiano son otros.
El cristiano es uno que ha dejado al mundo y
se ha unido a Jesucristo. Los cristianos somos los que, hemos comprobado que el
mundo nos conduce cada vez más lejos de Dios. El mundo ama y busca cosas muy
distintas a las que Dios pide. Por ejemplo, el mundo busca a los grandes, a
quienes se destacan por sus posesiones, por su intelecto brillante; el mundo
reconoce y busca a los que sobresalen por sus dotes personales, por su
personalidad atrayente, su preparación académica y más aún, aquellos que tienen
“status” sobre los demás.
En cambio, Dios busca a quienes la sociedad
desprecia y tienen poco valor, para mostrar en ellos toda Su gracia,
misericordia y benevolencia. Así se lo recordó el apóstol a los corintios, que
estaban engañados por la falsa sabiduría de su cultura griega: “Porque mirad, hermanos,
vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, no muchos
poderosos, no muchos nobles: Antes lo necio del mundo escogió Dios, para
avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios, para avergonzar lo
fuerte. Y lo vil del mundo, y lo menospreciado escogió Dios; y lo que no es,
para deshacer lo que es: Para que ninguna carne se jacte en su presencia” 1ª
Corintios 1:26-29
El cristiano que lee la Palabra de Dios sabe
muy bien que la conducta cristiana y la conducta mundana son dos estilos de
vida que transitan por caminos paralelos pero que nunca convergen, nunca se
pueden unir. Aún los que no son cristianos reconocen y esperan de los hijos de
Dios una norma de vida mucho más elevada. Pero la desgracia de muchos
cristianos es que rebajan las normas cristianas para acoplarse o moldearse con
el mundo, olvidándose (tal vez) que tal cosa es, precisamente, lo que Dios
condena en las Escrituras: “No
os conforméis a este mundo” Romanos 12:2
No se puede amar a dos señores y complacer a
ambos a la vez. Después de 40 años peregrinando por el desierto y habiendo
guiado al pueblo a conquistar la Tierra prometida, Josué convocó al pueblo para
enfrentarlo a la gran decisión de su vida: “Si mal os parece servir a Jehová, escogeos
hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres,
cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya
tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” Josué 24:15
EL MUNDO Y SUS DESEOS PASAN
No
importa cuánto placer, bienes y regalos recibamos del mundo. El mundo y sus
deseos pasan. Salomón fue el hombre que más conoció el mundo y sus pasiones.
Él mismo dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni privé a mi corazón de
placer alguno” Eclesiastés 2:10
Pero el mismo Salomón, que viajó por todas las avenidas del poder, la
vanagloria y de las pasiones humanas, tuvo que exclamar, como testimonio a la
posteridad: “Todo es vanidad”. Todo lo que el mundo
produce y ofrece al hombre, es temporal y al final nos deja con una profunda
sensación de insatisfacción y frustración.
El
mensaje fundamental de Salomón en su libro Eclesiastés, el cual concluyó con
estos sabios consejos: “El fin de todo discurso
que has oído es: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el
todo del hombre. Pues Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa
oculta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13-14).
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TODO LO QUE HAY EN EL MUNDO NO PROVIENE DEL PADRE
El
hombre lucha por ser el dueño de su vida y su destino. Santiago. 4:4 Cuando
un creyente comienza a simpatizar con las cosas del mundo, su comunión con el
Señor comienza a disminuir. El mundo es un seductor que trata de atraer nuestra
atención y nuestra devoción. Se halla tan cercano, tan visible y tan
tentador, que eclipsa nuestra visión del cielo. Y allí es donde surge el
conflicto, porque agradar al mundo no coincide con agradar a Dios.” “La comunión íntima de Jehová
es con los que le temen; y a ellos hará conocer su alianza” (Salmo 25:14).
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